El corazón de nuestro
divino Maestro no conoce más que la ley del amor, la dulzura y la humildad.
Poned vuestra confianza en la divina bondad de Dios, y estad seguros de que la
tierra y el cielo fallarán antes que la protección de vuestro
Salvador.
Caminad sencillamente por
la senda del Señor, no os torturéis el espíritu. Debéis detestar vuestros
pecados, pero con una serena seguridad, no con una punzante
inquietud.
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