lunes, 22 de noviembre de 2010

La 'Teoría de la ventana rota' y la Educación (aportación Enrique Serrano)


Esta teoría desarrollada por los profesores James Q.Wilson y George Kelling y comentada en un artículo del profesor Alfonso Aguiló, se basa en el varios experimentos. Uno de ellos realizado en Estados Unidos consistió en dejar dos coches idénticos (la misma marca, color y modelo), abandonados en la calle. Uno de ellos en un barrio pobre y conflictivo y otro en una zona tranquila y adinerada.
El primero de ellos tardó poco en ser desguazado. Todo lo aprovechable se lo llevaron y el resto fue víctima del vandalismo. Sin embargo el segundo coche abandonado en la zona adinerada, seguía impecable una semana después de que el primero quedara destrozado. Entonces los investigadores, rompieron un cristal de este segundo coche.
El resultado de esa ventana rota fue sorprendente; el vehículo fue expoliado en pocos días, víctima del robo y vandalismo, quedando reducido al mismo estado que otro coche. Este mismo efecto se produce en un edificio en el que se rompe el cristal de una ventana. Si nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás cristales de ese edificio.
Pasemos ahora a las actitudes humanas. Si se cometen pequeñas faltas y no son sancionadas, pronto aparecerán faltas mayores. Si se permiten faltas de respeto como alguno normal en los niños, su patrón de desarrollo será cada vez de mayor violencia y cuanto sean adultos harán de modo casi natural cosas mucho más graves.
En la educación de los hijos y de los alumnos se está notando mucho este efecto en los tiempos actuales, motivado en gran medida por leyes que limitan, por no decir que anulan, la autoridad de los padres y profesores para reprender a los niños. Y como en los casos de los cristales rotos, esa falta de respeto con los mayores (padres, profesores, etc.) se va extendiendo, y de las malas contestaciones, se pasa a la desobediencia grave e incluso a la agresión física.
No digo que volvamos a los tiempos de “la letra con sangre entra”, pero no castiguemos a los padres o a los profesores, por un “cachete” o “pescozón” dado a tiempo al hijo o alumno ante una falta de respeto que merezca este castigo. Cuantos mayores reconocemos hoy, el bien que nos hizo un castigo de este tipo cuando eramos niños y nos lo merecimos.
 

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