miércoles, 3 de noviembre de 2010

La fe realiza obras que superan las fuerzas humanas

San Cirilo de Jerusalén

La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas.
Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que
el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta
fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor: Quien escucha mi palabra
y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio;
y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado
ya de la muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos,
ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos
años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y
generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús
realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el
Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la
salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su
reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible
o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de
fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede algunos como don
gratuito: Uno recibe del Espíritu hablar con sabiduría; otro, el hablar
con inteligencia según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo
Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de
curar.
Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste solamente en una fe
dogmática, sino también en aquella otra fe capaz de realizar obras que
superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe podría decir a una
montaña, que viniera aquí, y vendría. Cuando uno, guiado por esta fe,
dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo quc dice se realizará,
entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
Es de esta fe de la que se afirma: Si fuera vuestra fe como un grano
de mostaza. Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en
tamaño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego y, plantado
aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto
que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también la fe, cuando
arraiga en el alma, en pocos momentos realiza grandes maravillas. El
alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente
una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en
la medida en que ello es posible; le es dado recorrer los límites del
universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización
de los bienes prometidos.
Procura, pues, llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al
Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que
actúa por encima de las fuerzas humanas

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