martes, 30 de noviembre de 2010

EL BARBERO

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía.
Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto, tocaron el tema de Dios.

El barbero dijo:

- Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.

- Pero, ¿por qué dice usted eso? -pregunta el cliente.
- Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O... dígame, ¿acaso si Dios existiera, habría tantos enfermos?¿ Habría niños abandonados? 
Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas. 
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.
El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio.


Recién abandonaba la barbería, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.
Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero.
 
- ¿Sabe una cosa? Los barberos no existen. 
- Cómo que no existen? -pregunta el barbero- Si aquí estoy yo y soy barbero. 
-¡No! -dijo el cliente- no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.

- Ah, los barberos si existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mi.

- ¡Exacto! -dijo el cliente-
Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Paciencia, no orgullo (de Joyce Meyer)


Personalmente, he releído y meditado en Gálatas 6: 1-3 cientos de veces. Tengo un temperamento natural que elude la humildad, así que necesito toda la ayuda de las Escrituras que pueda obtener. Yo sí quiero agradar a Dios, y estoy dispuesta a hacer las cosas a su manera, sin importar lo difíciles que sean. La lectura de este pasaje me recuerda que si bien la mala conducta debe ser confrontada en forma amorosa, también habrá ocasiones en que tenga que soportar las fallas de algunas personas conflictivas.
La humildad nos permite ser pacientes con los errores de los demás. Mientras caminamos en amor y oramos por las personas, Dios obrará y tratará con sus fallas. Cosechamos lo que sembramos: Si sembramos misericordia, cuando la necesitemos, cosecharemos misericordia. Aún cuando en ocasiones se nos haga difícil soportar las debilidades de los demás, la Palabra de Dios nos fortalece y nos capacita para hacer la voluntad de Dios.

Cuando se encuentre tentado a ser orgulloso, estudie o medite en la Palabra, pídale al Espíritu Santo que haga a través de usted lo que no puede lograr con simple fuerza de voluntad. Recuerde, el orgullo es un pecado, y es el culpable que se esconde detrás de las relaciones rotas. Las señales del orgullo incluyen falta de voluntad para admitir fallas o renuencia a asumir la responsabilidad por las propias acciones. El orgullo siempre quiere hablar, pero nunca quiere escuchar. El orgullo no hace las paces. El orgullo es testarudo; no quiere ser instruído, quiere instruir a los demás.

El orgullo fue el pecado de Lucifer; ¡dijo que se levantaría a sí mismo y a su trono por encima de Dios! Por lo tanto, vemos que esa clase de orgullo se manifiesta cuando una persona se tiene en más alta estima que los demás, pero Dios dice que todos somos iguales ante sus ojos. Lucifer, por supuesto, nunca ha sido igual a Dios, pero en lo que respecta a relaciones humanas, ninguna persona es mejor que otra. Recuerde eso, y estará bien encaminado para poder evitar el orgullo. No se engañe creyendo que el orgullo lo llevará a donde quiere ir. Más bien, permita que la verdad de Gálatas 6: 1-3 descienda profundamente en su corazón y lo cambie de adentro hacia afuera.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Mujer invisible

La 'Teoría de la ventana rota' y la Educación (aportación Enrique Serrano)


Esta teoría desarrollada por los profesores James Q.Wilson y George Kelling y comentada en un artículo del profesor Alfonso Aguiló, se basa en el varios experimentos. Uno de ellos realizado en Estados Unidos consistió en dejar dos coches idénticos (la misma marca, color y modelo), abandonados en la calle. Uno de ellos en un barrio pobre y conflictivo y otro en una zona tranquila y adinerada.
El primero de ellos tardó poco en ser desguazado. Todo lo aprovechable se lo llevaron y el resto fue víctima del vandalismo. Sin embargo el segundo coche abandonado en la zona adinerada, seguía impecable una semana después de que el primero quedara destrozado. Entonces los investigadores, rompieron un cristal de este segundo coche.
El resultado de esa ventana rota fue sorprendente; el vehículo fue expoliado en pocos días, víctima del robo y vandalismo, quedando reducido al mismo estado que otro coche. Este mismo efecto se produce en un edificio en el que se rompe el cristal de una ventana. Si nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás cristales de ese edificio.
Pasemos ahora a las actitudes humanas. Si se cometen pequeñas faltas y no son sancionadas, pronto aparecerán faltas mayores. Si se permiten faltas de respeto como alguno normal en los niños, su patrón de desarrollo será cada vez de mayor violencia y cuanto sean adultos harán de modo casi natural cosas mucho más graves.
En la educación de los hijos y de los alumnos se está notando mucho este efecto en los tiempos actuales, motivado en gran medida por leyes que limitan, por no decir que anulan, la autoridad de los padres y profesores para reprender a los niños. Y como en los casos de los cristales rotos, esa falta de respeto con los mayores (padres, profesores, etc.) se va extendiendo, y de las malas contestaciones, se pasa a la desobediencia grave e incluso a la agresión física.
No digo que volvamos a los tiempos de “la letra con sangre entra”, pero no castiguemos a los padres o a los profesores, por un “cachete” o “pescozón” dado a tiempo al hijo o alumno ante una falta de respeto que merezca este castigo. Cuantos mayores reconocemos hoy, el bien que nos hizo un castigo de este tipo cuando eramos niños y nos lo merecimos.
 

viernes, 19 de noviembre de 2010

Sucedió en Madrid (aportación de Rocío Glez)

Esta historia es REAL y la cuenta el fraile carmelita que la  protagonizó
SUCEDIÓ EN MADRID Y EL DIOS DE LA VIDA LO HIZO

Es el miércoles 16 de noviembre de 2010. Las doce en punto de la mañana y me dispongo a llevar la comunión a los enfermos que viven cerca de nuestro convento. Voy al Sagrario y llevo al Señor conmigo en el porta viático. Él es el consuelo de los enfermos en el dolor, es la medicina del alma y es mejor tener el alma sana aunque el cuerpo esté enfermo, me digo recordando esta doctrina de Nuestra Santa Madre Teresa. Voy a la calle, recogido, con el Señor en mis manos. Es la hora del Angelus. Está lloviendo, hace frío en Madrid y las hojas caducas de los árboles de nuestro jardín conventual han formado una alfombra al paso del Santísimo en esta otoñada que anuncia ya el cercano invierno. Salgo a la calle y llevo al señor sobre mi corazón, signo de que le quiero llevar  dentro del mismo como tesoro en vasija de barro. Pienso todo esto, recogido. Los coches circulan veloces porque la hora punta pasó y ya no hay atascos en la calle Arturo Soria. La vida agitada de la gran ciudad va a su ritmo. A 20 metros del convento hay un semáforo en rojo para los peatones. Hay que esperar. Son pocos los viandantes en esta zona más residencial que de comercios, ajardinada en buena medida.
Una joven espera a mi lado a que el semáforo se ponga en verde y mientras tanto aprovecha para hacerme su pregunta:
Por favor. -¿me puede decir dónde está la clínica del Bosque? 
(Tiene el acento dulce, propio de los hispanoamericanos. Me quedo mirándole a los ojos unos instantes, con amor grande y no con menos grande tristeza)
 Ella refleja la tristeza en su rostro.
Le contesto:
-No vayas, por favor, no vayas.
Ella se ha quedado perpleja ante mi respuesta. Piensa quizá que es una clínica de medicina general, y por eso me pregunta a mí, fraile que no pasa desapercibido.
Esta clínica está a 200 metros de nuestro convento y es exclusivamente un abortorio que lleva funcionando más de 30 años.
El semáforo se pone en verde y comienza a caminar mientras le insisto.
-No vayas, por favor. Allí matan niños. No vayas si no quieres colaborar en el asesinato de tu propio hijo al que llevas dentro.
Se le han llenado los ojos de lágrimas. Se ha encontrado con su propia realidad, con su soledad, con su sufrimiento.
Me dice que vive en la zona de Aluche. Ha venido hasta aquí, sin rumbo, mientras que todos los abortorios de Madrid, (que se enriquecen con la ayuda económica de la Comunidad de Madrid), están más cerca de su casa que este. La clínica del Bosque, El Bosque de la muerte, es la que más lejos está. De punta a punta.

Ella continúa caminando sin rumbo y yo a su lado y en su dirección, repitiendo lo mismo sin respetos humanos. Vamos los dos con paraguas. Está lloviendo y hace mucho frío.
-Por favor, espera (le digo), vamos a hablar. Te vamos a ayudar, conozco gente que te puede ayudar. Por favor, no lo hagas, te arrepentirás toda tu vida. Espera… vamos a hablar, espera…
Si sigue caminando estoy decidido a ir a su lado hablándole hasta la misma puerta de esa clínica.
He logrado detenerla y se ha echado a llorar argumentando:
-No lo puedo tener, me va a echar del trabajo, estoy sola, no le podré sacar adelante.
-Espera, -le digo- vamos a llamar a quienes te pueden ayudar. Hay otras alternativas.
-Tengo cita y llego tarde -me dice con ademán de marchar. Sigo caminando con ella.
-Espera. ¿Cómo te llamas?
-Mónica, me dice.
- Yo Migue Ángel. Espera Mónica, ya estoy llamando.
Veo que el teléfono tiene muy poca batería y espero que dure.
Llamo a Pilar Gutierrez, del Movimiento Unidos por la Vida, con la que he cooperado en algún proyecto y le cuento muy brevemente la situación y le paso el teléfono para que hable con Mónica mientras esta se seca las lágrimas con mi pañuelo.
Pilar le dice que no lo haga mientras yo lo pongo todo en las manos del señor al que llevo en las mías y miro al cielo encomendándolo a todos los bienaventurados, mártires y santos inocentes de todos los tiempos. Y pido la intercesión de nuestras MM. Carmelitas Descalzas para que la fecundidad espiritual de su vida se  manifieste, y pienso en todos los contemplativos de la Iglesia. Y Mónica corta la conversación. Se defiende de Pilar como de mi. Ante la propuesta de dar a su hijo en adopción, prefiere abortar.
Mónica corta la conversación. Tiene prisa. Llega tarde a la cita en la que va a programar su crimen. Me pasa el teléfono y pilar me da breves y claras recomendaciones. Dígale…
No hay tiempo. Hay que actuar.
-Mónica, escúchame –le digo- hace mucho frio, ven a mi casa, que está muy cerca. Ven, por favor, vamos a hablar.
-No puedo, pierdo la cita. Ha sido mi novio me ha dado la dirección de la clínica.
- No te preocupes, -le digo-, no tienes que ir allí para nada.
-Pero usted no me comprende, no está en mis zapatos.
-Si te comprendo –le digo- no estoy en tus zapatos, pero estoy en mis sandalias para intentar tocar la tierra. Vamos.
Desde una habitación del Hospital Anderson, Almudena de Castro observa la escena. Está cuidando a su madre, Paquita Carpeño, operada de cáncer, a la que iba a llevar la comunión. Le dice a su madre que me está viendo, en la calle, con una chica, que seguro que voy a visitarla. No. Se vuelven hacia el convento.
Al día siguiente llevaré la comunión a los enfermos.
La he tomado ligeramente del brazo y recorremos despacio los pocos metros que nos separan del convento.
Ella no sabe que hace un año. El 28 de  diciembre, lloviendo también, nos concentramos con Alternativa Española al lado de ese Bosque, para rezar por los nuevos santos inocentes de hoy y por sus madres, víctimas de este doble crimen.  (En este instante, mientras esto escribo, un amigo sacerdote me pone u sms diciéndome: Celebré la Santa Misa por Miguel Ángel y sus padres)
Estamos volviendo al convento, que está muy cerca. De nuevo, la alfombra de hojas recibe al Señor, a Mónica con la nueva vida en su seno y a este fraile.
Entramos. Se me ocurren mil cosas que decirle y que hacer. Vamos a un ordenador, le digo que se siente y busco en google: video sobre el aborto. Me llama pilar dándome el teléfono de una institución pro vida y me dice que busquemos la página “No más silencio” y “Apóstoles de la vida”.
He encontrado un video precioso que vi hace tiempo y que promocionó Intereconomía. Ha salido este video providencialmente. Recuerdo que es tremendo. Y Mónica me dice que ya lo conocía. Lo ve sin dejar de llorar. En este vídeo, un niño habla a su madre desde el seno materno, felíz por haber sido concebido. La mamá tiene problemas diversos y decide ir a abortar. El niño establece un monólogo con su madre, entristecido y mostrando, finalmente su terrible sufrimiento mientras está siendo víctima inocente de este asesinato. Es conmovedor.
Me dice Mónica que si no tengo nada que hacer. Le digo que no. Solo estar con ella.
Busco un testimonio de una chica que cuenta su vida después de haber abortado. Mónica lo escucha atentamente.
La dejo sola en la habitación. Llamo a mi buen amigo Antonio Torres, al móvil varias veces, no lo coge, llamo al fijo. Me dicen que le dirán que me llame. Llamo a Mercedes Montoro, su esposa, le cuento muy brevemente y me dice que rápido se ponen en camino o ella o Antonio.  Ellos colaboran en organizaciones pro vida. Mercedes me dice: -Padre, van para allá Antonio. En media hora están en su convento. Va a Red madre a buscar a Esperanza para que vaya con él y van para allá. En media hora estarán allí.
Le digo a Mónica que esté tranquila, que van a venir a ayudarnos. Tiene miedo, porque teme la pérdida del trabajo por estar embarazada. Le digo que no se preocupe, que nos van a ofrecer otras alternativas. Todo esto mientras le sirvo un café y unos dulces.
Me pregunta por mi vocación, porque decidí ser sacerdote. Cuando le digo que fui al seminario con 10 años se sorprende.
Me dice que es de Bolivia y que su novio era español. Al quedarse embarazada la ha dejado. Su Madre vive en España, pero apenas se tratan. Ella vive con su hermana, con la que la relación es nefasta. Está sola.
Me dice que es protestante y que en su confesión tampoco aprueban el ataque a la vida, que ella ha rezado esta mañana y que no cree en las casualidades. Interpreta como providencial el encuentro conmigo. Mónica está más serena. Le pido que se deje ayudar, que ame la vida que lleva dentro y que ya verá como todo sale bien.
Mónica está bautizada. Ella misma lo pidió en su juventud. Nos une el mismo bautismo en Cristo.
Llaman a la puerta. Ya están aquí Antonio y Esperanza. Han llagado en 20 minutos escasos. Antonio, como siempre que se trata de algo importante a desplagado las alas de su coche y de su caridad. “Nos apremia el amor de Cristo”, pienso con San Pablo.
Nos reunimos los cuatro y Mónica comienza a contar toda su historia desde el  principio. Ya tiene un hijo de cinco años. Ella lleva año y medio en España y se casó, muy joven con un militar en Bolivia. El niño está con su padre. Lleva dos años sin verlo. Ella tiene 25 años y el que ha sido su novio en España, 24. Este está trabajando y no quiere que ella tenga el niño, por eso la ha mandado a la clínica que él ha buscado. Ella duda del mutuo amor.
Esperanza está curtida en estas lides, por experiencia propia y por su trayectoria en Red Madre. Escucha, anima, propone, llora y rie con las dos víctimas de este asunto, madre e hijo. Le habla de cómo ayudan a todo en red madre. Con detalle, le habla del centro de acogida, de cómo ella puede vivir allí y seguir trabajando después de tener a su hijo. Tienen guardería para que esté cuidado mientras el tiempo de trabajo… Mónica se ha ido serenando.
Antonio, con una amabilidad sorprendente, habla a Mónica desde Dios. Ella sabe bastante de la biblia. Tiene cultura. Ella recuerda nuestro encuentro a las 12 del mediodía y dice que, al saber mi nombre, se acordó del pasaje de la anunciación. Dice que no hay casualidades y que esto ha sido para ella un signo de Dios.
Antonio le dice que la vida que lleva dentro no es de ella, que es un regalo de Dios para ella. Todo con una delicadeza genial. Mónica escucha con atención.
También, en la conversación, han surgido algunas bromas y hemos reído.
Yo he escuchado con atención. He intervenido, brevemente, alguna vez. Hemos escuchado atentamente. Hemos hablado despacio.
He pedido a Mónica su teléfono, email, correo postal. Todo.
Antonio le pregunta que si es niño, cómo se llamará. Ella afirma sin titubeos: Se llamará Miguel Ángel.
Esperanza llama a un médico ginecólogo para que la pueda recibir. Tienen cita hoy mismo a las 15 horas en la clínica Moncloa. Son las 14,30.
Toso el tiempo ha estado el Señor con nosotros en el porta viático en la humilde apariencia de pan.
Mónica no se cree aún lo que le ha sucedido. Le parece un sueño. Confiesa que rezó por la mañana antes de salir de casa.
Hay que ser puntuales y a las 14,45 hay que salir. Vamos hacia el coche de Antonio. Esperanza, Mónica y Antonio van a Moncloa. Yo me quedo en el convento con el cansancio de quien regresa de una terrible batalla y con la confianza en el Señor.
Esperanza y Mónica se quedan en la Clínica Moncloa. El médico es extraordinario.
Sigo en comunicación con Mónica por teléfono y email. Está con paz. Esperanza se encargará de lo psicológico y material, yo de lo espiritual, que también es importante. Ya he encontrado amigos que me ofrecen ayuda económica para ella y que tiene preparado un buen ajuar para cuando nazca el niño.
Esperamos que esta nueva vida sea para gloria de Dios.
Ayer jueves 18 de noviembre me regaló mi amiga María del Mar Núñez un niñito de cerámica, precioso, durmiendo plácidamente y protegido por las alas de un ángel, el Ángel de Dios. He llevado este detalle a correos y le llegará a Mónica.
Qué terrible la soledad y el sufrimiento de estas chicas.
Sucedió en Madrid y Dios lo hizo.
Dios te guarde. +

--
P. Miguel Ángel de la Madre de Dios ocd

jueves, 18 de noviembre de 2010

miércoles, 17 de noviembre de 2010

UNA DECISIÓN PARA CADA MAÑANA (del muy admirado por mi, Max Lucado)


Todo está en silencio. Es temprano. Mi café está caliente. El cielo aún está negro. El mundo sigue durmiendo. El día se aproxima. En pocos momentos llegará el día. Se acercará rugiendo por la vía al levantarse el sol. La quietud de la madrugada se tornará en el ruido del día. La calma de la soledad se reemplazará por el golpeteo rítmico del paso de la raza humana. El refugio de la temprana mañana lo invadirá las decisiones que deban tomarse y las obligaciones que deban cumplirse. Durante las próximas doce horas quedaré expuesto a las exigencias del día. Ahora es el momento en que debo tomar una decisión. Por causa del Calvario, tengo la libertad de decidir. Así que decido. 
Elijo el amor… 
Ninguna ocasión justifica el odio; ninguna injusticia autoriza la amargura. Elijo el amor. Hoy amaré a Dios y lo que Dios ama. 
Elijo el gozo… 
Invitaré a mi Dios para ser el Dios de la circunstancia. 
Rehusaré la tentación de ser cínico… 
la herramienta del pensador perezoso. Rehusaré considerar a las personas como menos que seres humanos, creados por Dios. Rehusaré ver en los problemas algo menos que una oportunidad de ver a Dios. 
Elijo la paz… 
Viviré habiendo sido perdonado. Perdonaré para que pueda vivir. 
Elijo la paciencia…
Pasaré por alto los inconvenientes del mundo. En lugar de maldecir al que ocupa el sitio que me corresponde, lo invitaré para que así lo haga. En lugar de quejarme porque la espera es demasiado larga, agradeceré a Dios por un momento para orar. En lugar de cerrar mi puño ante nuevas tareas asignadas, las encararé con gozo y valor… 
Elijo la amabilidad… 
Seré amable con los pobres, pues están solos. Amable con los ricos, pues tienen temor. Y amable con los malvados, pues de tal manera me ha tratado Dios. 
Elijo la bondad… 
Prefiero estar sin un dólar antes que aceptar uno de manera deshonesta. Prefiero ser ignorado antes que jactarme. Prefiero confesar antes que acusar. Elijo la bondad. 
Elijo la fidelidad… 
Hoy guardaré mis promesas. Mis acreedores no se lamentarán de su confianza. Mis asociados no cuestionarán mi palabra. Mi esposa no cuestionará mi amor. Y mis hijos nunca tendrán temor de que su padre no regrese a casa. 
Elijo la mansedumbre… 
Nada se gana por la fuerza. Elijo ser manso. Si levanto mi voz que sólo sea en alabanza. Si cierro mi puño, que sólo sea en oración. Si hago exigencias, que sólo sean a mí mismo. 
Elijo el dominio propio… 
Soy un ser espiritual. Luego de que haya muerto este cuerpo, mi espíritu remontará vuelo. Me niego a permitir que lo que se va a pudrir gobierne lo eterno. Elijo el dominio propio. 
Sólo me emborracharé de gozo. Sólo me apasionará mi fe. Sólo Dios ejercerá influencia sobre mí. Sólo Cristo me enseñará. Elijo el dominio propio. Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio. A estos encomiendo mi día. Si tengo éxito, daré gracias. Si fallo, buscaré su gracia. 
Y luego, cuando este día haya acabado, pondré mi cabeza sobre mi almohada y descansaré...

miércoles, 10 de noviembre de 2010

¿CUÁL ES TU PRECIO?



Asistir a un programa de entretenimiento no era tu idea de una actividad de vacaciones, pero tus hijos deseaban ir, así que cediste. Ahora que estás aquí, empiezas a disfrutarlo. La actividad frenética del estudio es contagiosa. La música es alegre. El escenario es colorido. Y los riesgos son altos. «¡Más altos de lo que jamás han sido!» El anfitrión del programa se jacta. «Bienvenidos a ¿Cuál es tu precio? » Estás a punto de preguntarle a tu cónyuge si el cabello del animador era natural cuando este anuncia el premio: «¡Diez millones de dólares!» El auditorio no necesita que lo estimulen; estallan en un aplauso. «Es el juego más rico de la historia», dice con orgullo el animador. «¡Hoy alguno saldrá de aquí con un cheque por valor de diez millones!» -No seré yo -le dices entre risitas a tu hija mayor-. Nunca he tenido suerte con el azar. -Shhhh -susurra ella, señalando hacia el escenario-. Están a punto de extraer un nombre. Adivina cuál nombre llaman. En el instante que lleva decirlo, pasas de ser espectador a jugador. Tus hijos chillan, tu esposa grita y mil ojos observan cómo la muchacha bonita te toma de la mano y te acompaña hasta el escenario. «¡Abran la cortina!», ordena el animador. Te das vuelta y observas mientras se separan las cortinas y emites una exclamación ante lo que ves. Una carretilla color rojo brillante llena de dinero… rebosando de dinero. La misma señorita que te acompañó hasta el escenario ahora empuja la carretilla hacia donde te encuentras y la estaciona delante de ti. -¿Alguna vez viste diez millones de dólares? -pregunta el anfitrión de dientes perlados. -Hace bastante que no -contestas. El auditorio se ríe como si fueras un cómico.
-Hunde las manos -invita él-. Adelante, zambúllete. Miras hacia tu familia. Un hijo está con la boca abierta, uno está orando y tu cónyuge te anima con los pulgares levantados. ¿Cómo negarte? Te hundes hasta la altura de los hombros y te levantas, aprisionando contra tu pecho un montón de billetes de cien dólares. -Puede ser tuyo. Todo puede ser tuyo. La decisión es tuya. La única pregunta que deberás responder es «¿Cuál es tu precio?» Vuelve a resonar el aplauso, toca la banda y tragas con fuerza. Detrás de ti se abre una segunda cortina, que descubre un gran cartel. «¿Qué es lo que estás dispuesto a entregar?», está escrito en la parte superior. El anfitrión explica las reglas. -Lo único que debes hacer es aceptar una condición y recibirás el dinero. «¡Diez millones de dólares!» susurras para ti. No un millón ni dos, sino diez millones. Una suma nada desdeñable. Lindo ahorro. Diez millones de dólares alcanzarían para mucho, ¿verdad? Los costos de enseñanza cubiertos. Jubilación garantizada. Abriría las puertas de algunos autos o de una nueva casa (o varias). Se podría ser un gran benefactor con una suma tal. Ayudar a algunos orfanatos. Alimentar a algunas naciones. Edificar algunas iglesias. De repente comprendes: Esta es una oportunidad única en la vida. -Escoja. Sólo elija una opción y el dinero es suyo. Una voz grave desde otro micrófono comienza a leer la lista. «Ceda a sus hijos en adopción». «Prostitúyase por una semana». «Renuncie a su ciudadanía estadounidense». «Abandone su iglesia». «Abandone a su familia». «Mate a un desconocido». «Hágase un cambio de sexo quirúrgico». «Abandone a su esposa». «Cambie su raza». -Esa es la lista -proclama el animador-. Ahora haga su selección. Empiezan a tocar la música lema, el auditorio está en silencio y tu pulso está acelerado. Debes tomar una decisión. Nadie te puede ayudar. Estás sobre el escenario. La decisión es tuya. Nadie puede decirte qué cosa elegir.
Pero hay algo que te puedo decir. Puedo decirte lo que harían otros. Tus vecinos han dado sus respuestas. En una encuesta nacional formularon la misma pregunta, muchos dijeron lo que harían. Siete por ciento de los que respondieron asesinarían por esa cantidad de dinero. Seis por ciento cambiaría su raza. Cuatro por ciento cambiaría su sexo. Si el dinero es la medida del corazón, entonces este estudio reveló que el dinero está en el corazón de la mayoría de los estadounidenses. A cambio de diez millones de dólares: 
25% abandonaría a su familia. 
25% abandonaría su iglesia. 
23% se prostituiría por una semana. 
16% cedería su ciudadanía estadounidense. 
16% abandonaría a su cónyuge.
3% cedería a sus hijos en adopción.
Aun más revelador que lo que los estadounidenses harían por diez millones de dólares es el hecho de que la mayoría haría algo. Dos tercios de los encuestados accederían a por lo menos una, algunos a varias, de las opciones. En otras palabras, la mayoría no abandonaría el escenario con las manos vacías. Pagaría el precio necesario para ser dueño de la carretilla. ¿Qué harías tú? Mejor aún, ¿qué es lo que estás haciendo? «Deja de soñar, Max», dices tú. «Nunca he tenido la oportunidad de ganarme diez millones». Quizás no, pero has tenido la oportunidad de ganarte mil o cien o diez. El monto puede no haber sido el mismo, pero las opciones sí lo son. Lo cual hace que la pregunta sea aun más inquietante. Algunos están dispuestos a abandonar a su familia, su fe o sus principios morales por mucho menos de diez millones de dólares. Jesús tenía una palabra para eso: avaricia .
Jesús también tenía una definición para la avaricia. Decía que era la práctica de medir la vida según las posesiones. La avaricia equipara el valor de una persona con su cartera. 1. Tienes mucho = eres mucho. 2. Tienes poco = eres poco. La consecuencia de semejante filosofía es predecible. Si eres la suma de lo que tienes, es necesario que seas dueño de todo. Ningún precio es demasiado elevado. Ningún pago demasiado costoso. Ahora bien, existen muy pocos que serían culpables de avaricia descarada. Jesús lo sabía. Es por eso que advirtió en contra de «toda avaricia» ( Lucas 12.15 ). La avaricia tiene muchas caras. Cuando vivíamos en Río de Janeiro, Brasil, fui a visitar a un miembro de nuestra congregación. Había sido un fuerte líder en la congregación, pero durante varios domingos no lo habíamos visto ni sabíamos nada de él. Unos amigos me dijeron que había heredado algo de dinero y estaba construyendo una casa. Lo encontré en el sitio de la construcción. Había heredado trescientos dólares. Con el dinero había adquirido un minúsculo lote adyacente a un pantano contaminado. El pequeño terreno era del tamaño de un garaje. Sobre el mismo, estaba construyendo una casa de una habitación. Me llevó a efectuar un recorrido del proyecto… se requirieron unos veinte segundos. Nos sentamos al frente y conversamos. Le dije que lo habíamos echado de menos, que la iglesia necesitaba que regresase. Se quedó callado, luego giró y miró su casa. Cuando volvió su vista hacia mí, sus ojos estaban humedecidos. «Tienes razón, Max», confesó. «Supongo que simplemente me volví demasiado avaro». Me vinieron deseos de decir: ¿Avaro? Estás construyendo una choza en un pantano y lo llamas avaricia? Pero no dije nada porque él tenía razón. La avaricia es relativa. La avaricia no se define por lo que cuestan las cosas; se mide por lo que te cuesta a ti. Si cualquier cosa te cuesta tu fe o tu familia, el precio es demasiado alto.

Eso es lo que Jesús destaca en la parábola del inversionista. Parece ser que un hombre obtuvo una abultada ganancia inesperada de una inversión. La tierra produjo una cosecha abundante. Se encontró con efectivo de sobra y una envidiable pregunta: «¿Qué haré con mis ganancias?» No le lleva mucho tiempo decidir. Las guardará. Hallará la forma de almacenarlas para poder vivir la buena vida. ¿Su plan? Acumular. ¿Su meta? Beber, comer, lucirse y descansar. Mudarse a un clima tropical, jugar al golf, relajarse y descansar. De repente, el hombre muere y se escucha otra voz. La voz de Dios. Dios no le dice nada agradable al hombre. Sus palabras iniciales son: «¡Insensato!» En la tierra el hombre era respetado. Lo honran con un hermoso funeral y un féretro de caoba. Trajes de franela gris llenan el auditorio aportando su admiración hacia el sagaz hombre de negocios. Pero en el primer banco está una familia que ya empieza a reñir por los bienes dejados por su padre. «¡Insensato!», declara Dios. «¿Para quién será, entonces, lo que has preparado para ti?» ( Lucas 12.20 , NVI).
El hombre se pasó la vida construyendo una casa de cartas. No vio la tormenta que se aproximaba. Y ahora, el viento ha soplado.
La tormenta no fue la única cosa que no vio.
Nunca vio a Dios. Observa sus primeras palabras después de su gran ganancia. «¿Qué voy a hacer?» (v. 17 , NVI). Se dirigió al lugar equivocado y formuló la pregunta equivocada. ¿Qué habría sucedido si se hubiese dirigido a Dios para preguntar: «¿Qué quieres tú que haga?» El pecado de este hombre no fue que hizo planes para el futuro. Su pecado fue que sus planes no incluían a Dios. Imagina si alguno te tratara así. Digamos que contratas a una persona para cuidar de tu casa durante un fin de semana. Le dejas las llaves, dinero e instrucciones. Y partes para disfrutar de tu viaje. Al regresar, descubres que tu casa la han pintado de color violeta. Se han cambiado las cerraduras, así que tocas el timbre y contesta el encargado. Antes de que puedas decir palabra, te acompaña adentro mientras proclama: -¡Mira cómo he decorado mi casa! La chimenea se ha reemplazado con una cascada de agua. El alfombrado se ha reemplazado por baldosas de color rosa y retratos de Elvis sobre terciopelo negro cubren las paredes. -¡Esta no es tu casa! -declaras-. Es mía. -Esas posesiones no son tuyas -nos recuerda Dios-. Son mías. «AL SEÑOR tu Dios pertenecen los cielos y los cielos de los cielos, la tierra y todo lo que en ella hay» (Deuteronomio 10.14 , Biblia de las Américas). La regla financiera de Dios de mayor preponderancia es: Nada nos pertenece. Somos administradores, no dueños. Mayordomos, no terratenientes. Personas de mantenimiento, no propietarios. Nuestro dinero no es nuestro; es suyo. Este hombre, sin embargo, no tuvo en cuenta eso. Por favor, nótese que Jesús no criticó la riqueza de este hombre. Criticó su arrogancia. Las palabras del hombre rico son indicio de sus prioridades. Voy a hacer esto: Derribaré… Almacenaré… Y me diré: Tienes bastantes cosas buenas ( Lucas 12.18–19 , NVI) A un estudiante se le pidió una vez que definiera las palabras yo y mío . Respondió: «Pronombres agresivos». Este hombre rico era agresivamente egocéntrico. Su mundo estaba centrado en él mismo. Estaba ciego. No veía a Dios. No veía a otros. Sólo veía su yo. «Insensato», le dijo Dios. «Esta misma noche te reclamarán la vida» (v. 20 , NVI). Extraño, ¿verdad?, que este hombre tuviese el sentido suficiente para obtener riqueza, pero no para prepararse para la eternidad. Lo que resulta aún más extraño es que cometemos el mismo error. Quiero decir, no es como si Dios mantuviera el futuro en secreto. Un vistazo a un cementerio debiera recordarnos; todos mueren. Una visita a un funeral debiera convencernos; no nos llevamos nada. Las carrozas fúnebres no cargan equipajes. Los muertos no empujan carretillas cargadas de diez millones de dólares. El programa de entretenimiento era ficticio, pero los hechos son verdaderos. 
Estás sobre un escenario. 
Te han entregado un premio. 
Los riesgos son altos. Muy altos.
¿Cuál es tu precio?

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La fe realiza obras que superan las fuerzas humanas

San Cirilo de Jerusalén

La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas.
Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que
el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta
fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor: Quien escucha mi palabra
y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio;
y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado
ya de la muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos,
ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos
años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y
generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús
realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el
Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la
salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su
reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible
o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de
fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede algunos como don
gratuito: Uno recibe del Espíritu hablar con sabiduría; otro, el hablar
con inteligencia según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo
Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de
curar.
Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste solamente en una fe
dogmática, sino también en aquella otra fe capaz de realizar obras que
superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe podría decir a una
montaña, que viniera aquí, y vendría. Cuando uno, guiado por esta fe,
dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo quc dice se realizará,
entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
Es de esta fe de la que se afirma: Si fuera vuestra fe como un grano
de mostaza. Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en
tamaño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego y, plantado
aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto
que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también la fe, cuando
arraiga en el alma, en pocos momentos realiza grandes maravillas. El
alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente
una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en
la medida en que ello es posible; le es dado recorrer los límites del
universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización
de los bienes prometidos.
Procura, pues, llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al
Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que
actúa por encima de las fuerzas humanas