Una de las transformaciones que
Jesús ha hecho en mi alma ha sido la indiferencia. Yo mismo me maravillo, pues
veo que he llegado a comprender algo que antes no comprendía.
Sabía que el nada desear es muy
agradable a Dios y que es el camino para llegar a cumplir su voluntad... Pero
esto lo sabía con la luz de la inteligencia... Comprendía con la razón,
tan sublime doctrina. Deseaba alcanzar esa virtud de la santa
indiferencia, y a Jesús se la pedí.
No tiene mérito el nada desear,
amando a Dios, pues es la cosa más natural. Ahora así lo veo.
¿Cómo es posible amar la vanidad,
amando a Dios? Y vanidad es todo lo que nosotros deseamos y no desea Dios.
Querer sólo lo que Dios quiere, es lo lógico para el que es de veras su
amador... Fuera de sus deseos..., no existen deseos nuestros, y si existe
alguno, ése, es que es conforme a su voluntad, y si no lo fuera, es que
entonces no estaría nuestra voluntad unida a la suya...
Pero si de veras estamos unidos
por amor a su voluntad, nada desearemos que Él no desee, nada amaremos que Él no
ame, y estando abandonados a su voluntad, nos será indiferente cualquier
cosa que nos envíe, cualquier lugar donde nos ponga...
Todo lo que Él quiera de nosotros
no solamente nos será indiferente, sino que será de nuestro agrado. (No sé si en
todo esto que digo hay error; en todo me someto al que de esto entienda. Yo sólo
digo lo que siento, y es que en verdad nada deseo más que amarle a Él, y que
todo lo demás a Él lo encomiendo; cúmplase su voluntad).
Cada día soy más feliz en mi
completo abandono en sus manos. Veo su voluntad hasta en las cosas más nimias y
pequeñas que me suceden.
De todo saco una enseñanza que me
sirve para más comprender su misericordia para conmigo.
Amo entrañablemente sus designios,
y eso me basta. Soy un pobre hombre ignorante de lo que me conviene, y Dios vela
por mí como nadie puede sospechar.
¿Qué de particular tiene que yo
nada desee, si tan bien me va, poniendo mi único deseo en Dios y olvidando lo
demás?
Mejor dicho, no es que olvide mis
deseos, sino que éstos se hacen tan poco importantes y tan indiferentes, que más
que olvidarlos, desaparecen, y sólo queda en mi ánimo un contento muy
grande de ver que sólo deseo con ansia, cumplir lo que Dios quiere de mí, y al
mismo tiempo una alegría enorme de yerme aligerado como de un peso muy gran de,
de yerme libre de mi voluntad que he puesto junto a la de Jesús.
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