jueves, 24 de noviembre de 2011

LA PARTICIPACIÓN DE LOS MÁRTIRES EN LA VICTORIA DE CRISTO CABEZA (De la carta de san Pablo Le-Bao-Tinh a los alumnos del seminario de Ke-Vinh)

     Yo, Pablo, encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que me veo sumergido cada día, para que, enfervorizados en el amor a Dios, alabéis conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia. Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y, finalmente, angustias y tristeza. Pero Dios, que en otro tiempo libró a los gres jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de estas tribulaciones y las convierte en dulzura, porque es eterna su misericordia.
     En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo.
    Él, nuestro maestro, aguanta todo el peso de la cruz, dejándome a mí solamente la parte más pequeña e insignificante. Él, no sólo es espectador de mi combate, sino que toma parte en él, vence y lleva a feliz término toda la lucha. Por esto en su cabeza lleva la corona de la victoria, de cuya gloria participan también sus miembros.
    ¿Cómo resistir este espectáculo, viendo cada día cómo los emperadores, los mandarines y sus cortesanos blasfeman tu santo nombre, Señor, que te sientas sobre querubines y serafines? ¡Mira, tu cruz es pisoteada por los paganos! ¿Dónde está tu gloria? Al ver todo esto, prefiero, encendido en tu amor, morir descuartizado, en testimonio de tu amor.
    Muestra, Señor, tu poder, sálvame y dame tu apoyo, para que la fuerza se manifieste en mi debilidad y sea glorificada ante los gentiles, ya que, si llegara a vacilar en el camino, tus enemigos podrían levantar la cabeza con soberbia.
   Queridos hermanos, al escuchar todo esto, llenos de alegría, tenéis que dar gracias incesantes a Dios, de quien procede todo bien; bendecid conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia. Proclame mi alma la grandeza del Señor, se alegre mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su siervo y desde ahora me felicitarán todas las generaciones futuras, porque es eterna su misericordia.
   Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos, porque lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder, y lo despreciable, lo que no cuenta, lo ha escogido Dios para humillar lo elevado. Por mi boca y mi inteligencia humilla a los filósofos, discípulos de los sabios de este mundo, porque es eterna su misericordia.
   Os escribo todo esto para que se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla hasta el trono de Dios, esperanza viva de mi corazón.
   En cuanto a vosotros, queridos hermanos, corred de manera que ganéis el premio, haced que la fe sea vuestra coraza y empuñad las armas de Cristo con la derecha y con la izquierda, como enseña san Pablo, mi patrono. Más os vale entrar tuertos o mancos en la vida que ser arrojados fuera con todos los miembros.
   Ayudadme con vuestras oraciones para que pueda combatir como es de ley, que pueda combatir bien mi combate y combatirlo hasta el final, corriendo así hasta alcanzar felizmente la meta; en esta vida ya no nos veremos, pero hallaremos la felicidad en el mundo futuro, cuando, ante el trono del Cordero inmaculado, cantaremos juntos sus alabanzas, rebosantes de alegría por el gozo de la victoria para siempre. Amén.

martes, 22 de noviembre de 2011

CANTAD A DIOS CON MAESTRÍA Y CON JÚBILO (S. Agustín)

  
   Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Despojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar el cántico nuevo.

    Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. Él no admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos?

    Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.

    El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Del Padre Pío

Para vivir continuamente en una vida devota, no te hace falta más que aceptar en tu espíritu algunas máximas excelentes y generosas.
La primera que yo deseo que tengas es esta de San Pablo: "Todo redunda en bien de los que aman a Dios". Y, por cierto, ya que Dios puede y sabe sacar el bien incluso del mal, ¿con quién hará esto sino con aquellos que, sin reserva alguna, se entregan a Él? Incluso los mismos pecados, de los que Dios, por su bondad, nos tiene alejados, son ordenados por su divina providencia al bien de los que le sirven. Si el santo rey David no hubiera pecado, nunca habría adquirido una humildad tan profunda; ni la Magdalena habría amado tan ardientemente a Jesús si Él no le hubiera perdonado tantos pecados; y Jesús no habría podido perdonárselos si ella no los hubiera cometido.

Considera, mi queridísima hijita esta gran obra de la misericordia divina: Él convierte nuestras miserias en favores y, con el veneno de nuestras iniquidades, realiza cambios saludables en nuestras almas. Dime, pues, ¿qué no hará con su gracia de nuestras aflicciones, nuestro sufrimientos y las persecuciones que nos angustian? Y, por eso, aunque te sucediera no sufrir aflicciones de ninguna clase, cree que, si amas a Dios con todo tu corazón, todo se convertirá en bien; y, aunque no logres comprender por dónde vendrá este bien, ten la certeza de que llegará. Si Dios pone ante tus ojos el lodo de la ignominia, no es sino para devolverte una mirada más clara y para hacerte admirable ante sus ángeles, como un espectáculo digno y amable. Y si Dios te hace caer, es para conseguir en ti lo que realizó en san Pablo al hacerle caer del caballo.

Por tanto, que las caídas no te hagan perder el valor; anímate a una confianza renovada y a una humildad más profunda. Descorazonarse e impacientarse después de que se ha caído en el error es una estratagema del enemigo, es cederle las armas, es darse por vencido. Po rtanto, no debes hacerlo, ya que la gracia del Señor está siempre atenta para socorrerte.

Escrito por el Hermano Rafael

Siempre buenos propósitos... Siempre deseos de ser mejor... Siempre deseos de mortificación..., pero no pasan de ser deseos...
¡Qué pobre hombre eres, hermano Rafael!! ¿Cuándo empezarás? ¿Cuándo será el momento en que de veras empieces a ser lo que a Jesús prometiste?
Aún te conviene humillarte en tus propias debilidades... Aún es necesaria la experiencia de verte incapaz para nada bueno... ¿Qué podrás tú solo? Caer y no levantarte... Retroceder en lugar de avanzar. Mira delante de Jesús lo que eres, y aprende a conocerte; así no tendrás soberbia, y en tu propia humillación aprenderás algo de humildad, que aún no sabes lo que eso es, y es necesario que lo aprendas.

martes, 15 de noviembre de 2011

Oración

Enséñame, Señor, el camino de tus preceptos, yo lo quiero guardar en recompensa. Hazme entender, para guardar tu ley y observarla de todo corazón. 
Llévame por la senda de tus mandamientos porque mi complacencia tengo en ella. Inclina mi corazón hacia tus dictámenes, y no a ganancia injusta. 
 Aparta mis ojos de mirar vanidades, por tu palabra vivifícame. Mantén a tu siervo tu promesa, que conduce a tu temor.Aparta de mí el oprobio que me espanta, pues son buenos tus juicios. 
 Mira que deseo tus ordenanzas, hazme vivir por tu justicia. 
¡Llegue hasta mí tu amor, Señor, tu salvación, conforme a tu promesa! 
Y daré respuesta al que me insulta, porque confío en tu palabra. 
 No quites de mi boca la palabra de verdad, porque espero en tus juicios. Yo observaré sin descanso tu ley para siempre jamás. Y andaré por camino anchuroso, porque tus ordenanzas voy buscando. 
 De tus dictámenes hablaré ante los reyes, y no tendré que avergonzarme. 
 Y me deleitaré en tus mandamientos, que amo mucho. 
 Tiendo mis manos hacia tus mandamientos, en tus preceptos medito. 
 Recuerda la palabra dada a tu servidor, de la que has hecho mi esperanza. Este es mi consuelo en mi miseria: que tu promesa me da vida. 
 Los soberbios me insultan hasta el colmo, yo no me aparto de tu ley. 
 Me acuerdo de tus juicios de otro tiempo, oh Señor, y me consuelo. Me arrebata el furor por los impíos que abandonan tu ley. Tus preceptos son cantares para mí en mi mansión de forastero. Me acuerdo por la noche de tu nombre, Señor, mi Dios, quiero guardar tu ley. 
Esta es mi tarea: guardar tus ordenanzas.  Mi porción, Dios mío, he dicho, es guardar tus palabras.  Con todo el corazón busco tu favor, tenme piedad conforme a tu promesa.
 He examinado mis caminos y quiero volver mis pies a tus dictámenes.
 Me doy prisa y no me tardo en observar tus mandamientos.
 Las redes de los impíos me aprisionan, yo no olvido tu ley.
 Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios.

viernes, 11 de noviembre de 2011

¿Por qué hay gozo en la persecución?

     

  

Mateo 5, 10-12: "Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.  Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros".

    Hch 5, 41:  "Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por Cristo".

    Responder a esta pregunta es un misterio. No es comprensible humanamente la alegría ante el dolor. Pero el Señor nos ha prometido gozo y paz en medio del sufrimiento. Cuando se es perseguido por seguir a Cristo el único dolor es porque los perseguidores no lo conocen. Pero éstos, sin saberlo, están siendo instrumentos del Señor para la perfección y purificación de sus seguidores quienes pueden poner en práctica el mandato de Jesús de "Amar y bendecir a los que os persiguien". El resultado es automático: alegría y paz, y un fuerte deseo de la conversión de los perseguidores.

  Si la fe es creer lo que hoy no se ve pero con la certeza de que será. La fe me lleva a saber que el que hoy está contra Cristo mañana será un San Pablo.
  Y entre tanto, me quedo con la alegría de saberme digna de "sufrir" por Cristo, gran privilegio para tan poca cosa.

martes, 8 de noviembre de 2011

Promesa para la eternidad

  Prometo orar por ti todos los días, pedir tu perdón y concederte el mío también, y ser tu amiga para siempre.

(Es de una película, pero lo hago mío, para ti)

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Defenderse de la tentación


A menos que usted cambie de rumbo rápidamente, podrá encontrarse alejado del Padre y abrumado por la culpa y la vergüenza..
El sentido común dicta que un aprendiz de piloto que vuela por primera vez en una tormenta, necesita ser muy prudente. Pero un piloto experimentado sabe que tiene que estar tan atento en su tormenta número cien como en la primera. A pesar de años de experiencia, todavía puede ser derribado si no actúa prudentemente.
La tentación se parece mucho a una tormenta inesperada que daña a quienes toma por sorpresa. Al igual que un buen piloto, el cristiano debe estar alerta a la aproximación de la tentación y preparado para evitarla.
En esta vida, ninguno de nosotros llega a un nivel de madurez en el que las tentaciones pierden todo su poder.
Entender nuestras debilidades es una parte importante para estar preparados. ¿En qué aspectos es usted más vulnerable? Lo que comúnmente consideramos como "pecados grandes" —como el adulterio y el asesinato— no es lo que mete en apuros a la mayoría de la gente. Por lo general, son la multitud de "pecados pequeños" los que llevan a un gran problema.
La tentación es una invitación para llevar más allá de los límites dados por Dios, a cualquier deseo dado por Él. Usted da un paso por encima de la línea, y pronto tiene el incentivo para dar otro. Y luego otro. A menos que usted cambie de rumbo rápidamente, podrá encontrarse alejado del Padre y abrumado por la culpa y la vergüenza.
El problema de la tentación no puede ser ignorado. Identifique los aspectos en que usted es vulnerable, para que pueda preparar una defensa. Aprenda cuándo y cómo es más probable que se deje atraer, y busque siempre la ruta de escape que Dios prometió a quienes son tentados (1 Co 10.13).
Cómo defenderse de la tentación
Para construir una defensa contra la tentación, debemos entender cómo funciona. Cada pecado origina un pensamiento, a menudo el resultado de un dardo de fuego que el maligno lanza a nuestro camino (Ef 6.16). Si el creyente se aferra a ese pensamiento, éste se convierte en una fantasía, —la oportunidad de imaginar lo que sería perseguir esa idea sin llegar a practicarla. El problema con las fantasías es que fácilmente pueden turbar las emociones de la persona. Esto crea un deseo, que lleva al creyente al punto donde tiene que hacer una elección: o consiente el pecado, o lo rechaza. Este proceso es muy peligroso, ya que la evolución desde el pensamiento hasta la elección puede ser casi instantánea.
Los sabios deciden con antelación resistir la tentación, antes de que ésta entre en su conciencia. Hay dos puntos de apoyo para una buena defensa: el compromiso de obedecer a Dios, y el reconocimiento de que Él tiene el control y ha limitado lo que Satanás puede hacer (1 Co 10.13).
De la misma manera podemos mantenernos firmes cuando la tentación deja de ser una fantasía. Satanás tiene la manera de llamar la atención al placer del pecado hasta que eso sea lo único que veamos. Pero con un esfuerzo consciente, podemos ver todo el panorama: ¿Es esta decisión una violación de la Palabra de Dios? ¿Cuáles son las consecuencias? ¿Estoy dispuesto a pagar ese precio?
Ninguna defensa contra la tentación está completa sin el estudio de la Palabra y la oración, pues éstas edifican nuestra fe. Si el baluarte alrededor de nuestra mente y de nuestro corazón se fortalece, estaremos más preparados para apagar los dardos de fuego de Satanás.