El abad Casiano cuenta del abad Juan que había ocupado altos puestos en su congregación y que había sido ejemplar en su vida. Estaba a punto de morir y marchaba alegremente y de buena gana al encuentro del Señor. Le rodeaban los hermanos y le pidieron que les dejase como herencia una palabra, breve y útil, que les permitiese elevarse a la perfección que se da en Cristo. Y él dijo gimiendo: «Nunca hice mi propia voluntad, y nunca enseñé nada a nadie que no hubiese practicado antes yo mismo». |
Pequeño oasis en medio de este mundanal ruido, para meditar sobre lo esencial, encontrarse con uno mismo y sobre todo conocer al Amado
viernes, 1 de octubre de 2010
Sentencia de un Padre del Desierto
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