martes, 21 de diciembre de 2010

viernes, 17 de diciembre de 2010

EL PORQUÉ DE LA NAVIDAD

Érase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas, como la Navidad.Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos en la fe en Dios y en Jesucristo, a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.
Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.
-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa. Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea. Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. 
 
Cuando empezó a amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían chocado con su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
-Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-.
Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta. Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. 
 
No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron. 

El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.
-¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevada?
Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano. -Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos – dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza:
-Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos! Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día:-¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer.
Dios hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por consiguiente, salvarnos.
El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad. Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevada, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea.

De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:

"¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!"

martes, 14 de diciembre de 2010

LA CARGA DE LA CULPA (Por Max lucado )

En la base de la cruz hay bolsas. Incontables bolsas llenas de innumerables pecados. El Calvario es un cúmulo de abono por la culpa. ¿Le gustaría dejar allí su bolsa? 

Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Salmo 23.3
Un amigo organizó un intercambio de galletitas en Navidad para el personal de la oficina de nuestra iglesia. El plan era sencillo. El valor de la entrada era una bandeja con galletitas hechas en casa. Su bandeja le daba a usted el derecho de sacar galletas de la bandeja de los demás. Podía salir con la misma cantidad de galletas que llevó.
Suena simple si uno sabe cómo cocinar. Pero ¿qué si no puede? ¿Qué si no puede distinguir un sartén de una olla? ¿Qué si, como yo, siente que culinariamente es un desastre? ¿Qué si se siente tan cómodo con un delantal como un profesor de gimnasia en un tutú? Si ese es el caso, tiene un problema.
Tal era mi caso, y yo tenía un problema. No tenía galletas para llevar; en consecuencia no podría participar en el intercambio. Me dejarían afuera, despedido, desechado, eludido y apartado. (¿No siente lástima por mí?)
Ese era mi aprieto.
Y, perdóneme que lo mencione ahora, pero su aprieto es mucho mayor.
Dios está preparando una fiesta … una fiesta como no habrá otra. No una reunión de intercambio de galletas, sino una fiesta. Nada de risitas necias ni chácharas en la sala de conferencias, sino ojos de asombro y admiración en la sala del trono de Dios. Sí, la lista de invitados es impresionante. ¿Duda que Jonás se haya examinado interiormente en el interior de un pez? Podrá preguntarle personalmente. Pero más impresionante que los nombres de invitados es la naturaleza de los invitados. Sin egos, nada de luchas por el poder. A la entrada quedarán la culpa, la vergüenza y el pesar. La enfermedad, la muerte y la depresión serán la Plaga Negra de un pasado distante. Lo que ahora vemos a diario, nunca se verá allá.
Lo que ahora vemos vagamente, lo veremos claramente. Veremos a Dios. No por la fe. No a través de los ojos de Moisés, Abraham o David.
No por medio de las Escrituras, de las puestas de sol ni del arco iris. No veremos la obra de Dios ni sus palabras, ¡le veremos a Él! Porque Él no es el anfitrión de la fiesta; ¡Él es la fiesta! Su bondad es el banquete. Su voz es la música. Su radiante resplandor es la luz, y su amor es el interminable tema de conversación.
Hay sólo una complicación. El precio de admisión es elevado. Para entrar en la fiesta uno tiene que ser justo. No bueno o decente. No uno que paga sus impuestos y va a la iglesia.
Los ciudadanos del cielo deben ser justos. J-U-S-T-O-S.
Todos hacemos de vez en cuando lo justo. Unos pocos hacen predominantemente lo justo. Pero, ¿hay alguien entre nosotros que haga siempre lo justo? Según Pablo, «No hay justo, ni aun uno» ( Romanos 3.10 ).
Pablo es inflexible en esto. Incluso llega a decir: «No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» ( Romanos 3.12 ).
Quizás alguien tenga otra opinión. «No soy perfecto, Max; pero soy mejor que muchos. He vivido la vida como se debe. No quebranto las leyes. Tampoco quebranto corazones. Ayudo a la gente. Me gusta la gente. Comparado con otras personas, yo diría que soy justo». 
Probé ese argumento con mamá. Cuando me decía que mi pieza no estaba limpia, le pedía que fuera conmigo a la pieza de mi hermano. Siempre estaba más desordenada y sucia que la mía: «¿Ves? Mi dormitorio está limpio; mira este».
Nunca me resultó. Me llevaba por el pasillo hasta su habitación. Si de habitaciones limpias se tratara, mi madre era justa. Su ropero estaba bien; su cama estaba bien; su baño estaba verdaderamente bien. En comparación con su habitación, la mía, bueno, estaba bien mal. Me mostraba su habitación y me decía: «Esto es lo que yo entiendo por limpio».
Dios hace lo mismo. Señala hacia sí y dice: «Esto es lo que entiendo por justicia».
La justicia es la esencia de Dios.
«Por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo» ( 2 Pedro 1.1 ).
«Dios es Juez justo» ( Salmo 7.11 ).
«Jehová es justo, y ama la justicia» ( Salmo 11.7 ).
«Su justicia permanece para siempre» ( Salmo 112.3 ), «hasta lo excelso» ( Salmo 71.19 ).
Isaías describe a Dios como «Dios justo y Salvador» ( Isaías 45.21 ). En la víspera de su muerte, Jesús comenzó su oración con las palabras «Padre justo» ( Juan 17.25 ).
¿Entiende el argumento? Dios es justo. Sus decretos son justos ( Romanos 1.32 ). Su juicio es justo ( Romanos 2.5 ). Sus exigencias son justas ( Romanos 8.4 ). Sus actos son justos ( Daniel 9.16 ). Daniel declara: «Justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras» ( Daniel 9.14 ).
Dios nunca se equivoca. Nunca ha tomado una decisión incorrecta, ni ha mostrado una mala actitud, ni ha tomado el sendero equivocado; nada ha dicho de malo y nunca ha actuado en una forma errada. Nunca se anticipa ni se atrasa; no es demasiado ruidoso ni demasiado suave, precipitado ni lento. Siempre ha sido justo y siempre lo será. Él es justo.
Cuando de justicia se trata, Dios domina la mesa de juego sin mucho esfuerzo, como todo un experto. Y cuando de justicia se trata, no sabemos de qué lado tomar la batuta. He aquí, nuestro problema.
¿Pasará Dios, que es justo, la eternidad con los que no lo son? ¿Recibirá Harvard a un niño expulsado de tercer grado? Si lo hiciera sería un acto benevolente, pero no sería justo. Si Dios aceptase al injusto, la invitación sería hermosa, pero ¿sería justo? ¿Sería justo que pasara por alto todos nuestros pecados? ¿O rebajara las normas? No, no sería justo. Y si Dios es algo, es justo.
Dijo a Isaías que la justicia sería su plomada, la norma por la cual mediría su casa ( Isaías 28.17 ). Si somos injustos, se nos deja en el pasillo, sin galletas. O, para usar la analogía de Pablo, «para que … todo el mundo quede bajo el juicio de Dios» ( Romanos 3.19 ).Entonces, ¿qué debemos hacer?
¿Llevar una carga de culpa? Muchos lo hacen; demasiados lo hacen.
¿Y si su carga espiritual fuese visible? Suponga que la carga de nuestros corazones fuese un equipaje de verdad en la calle. ¿Qué se vería más que nada? Maletas llenas de culpa. Bolsas abarrotadas de parrandas, estallidos de ira y componendas. Mire alrededor suyo. ¿Ve al tipo del traje gris de franela? Está arrastrando una década de arrepentimiento. ¿Ve al muchachito del pantalón grandote y un aro en la nariz? Daría cualquier cosa por no haber dicho las palabras que le dijo a la mamá. Pero no puede. Eso lo lleva consigo. ¿Y la mujer en traje de negocios? Tiene el aspecto de una candidata al Senado. Anda necesitada de ayuda, pero no puede darlo a conocer. No cuando arrastra a dondequiera que va esa carpeta llena de oportunidades que debe explorar.
Escuche. El peso del cansancio agota. La confianza en uno mismo lo desvía del camino. Las decepciones lo desalientan. La ansiedad lo fastidia. Pero, ¿la culpa? La culpa lo consume. Entonces, ¿qué hacemos? Nuestro Señor es recto, y nosotros estamos errados. Su fiesta es para los que no tienen culpa, y nosotros somos cualquier cosa, menos eso. ¿Qué podemos hacer?
Puedo decirle lo que hice. Confesé mi necesidad. ¿Recuerda mi dilema de las galletas? Este es el correo electrónico que envié a todo el personal. «No sé cocinar, de modo que no estaré en la fiesta».
¿Se apiadó de mí alguno de los asistentes? No.
¿Se compadeció de mí alguno del personal? No.
¿Tuvo misericordia de mí alguno de la Corte Suprema de Justicia? No.
Pero una santa hermana de la iglesia tuvo misericordia de mí. No sé como se enteró de mi problema. Quizás haya aparecido en alguna lista de oración de emergencia. Pero, sí sé esto. Sólo unos minutos antes de la celebración, me entregaron un regalo: una bandeja de galletas, doce círculos de bondad. En virtud de ese regalo tuve el privilegio de entrar en la fiesta.
¿Fui? Apueste sus galletas a que sí. Como un príncipe que lleva una corona sobre una almohada, llevé mi regalo hasta el salón, lo puse en la mesa y me mantuve erguido. Debido a un alma compasiva que oyó mis ruegos, tuve un lugar a la mesa.
Debido a que Dios escucha su ruego, usted tendrá lo mismo. Sólo que Él hizo más, muchísimo más, que cocinar galletas para usted.
Fue al mismo tiempo el momento más hermoso y más terrible de la historia. Jesús estuvo en el tribunal del cielo. Extendió una mano sobre toda la creación, y rogó: «Castigame a mí por sus errores. ¿Ves ese homicida? Dame su castigo. ¿La adúltera? Yo llevaré su vergüenza. ¿El estafador, el mentiroso, el ladrón? Hazme a mí lo que ellos merecen. Trátame como tratarías a un pecador».
Y Dios lo hizo. «Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» ( 1 Pedro 3.18 ).
Sí, la justicia es lo que Dios es, y sí la justicia no es lo que nosotros somos, y justicia es lo que Dios exige. Pero Dios «ha manifestado la justicia» ( Romanos 3.21 ) para hacer que la gente esté en buena relación con Él.
David lo expresa así:«Me guiará por sendas de justicia» ( Salmo 23.3 ).
La senda de justicia es una huella estrecha que sube serpenteando hacia una empinada montaña. En la cumbre hay una cruz. En la base de la cruz hay bolsas. Incontables bolsas llenas de innumerables pecados.El Calvario es un cúmulo de abono por la culpa.
¿Le gustaría dejar allí su bolsa?
Un pensamiento más sobre la fiestecita de las galletas de Navidad. ¿Sabían todos que yo no preparé mis galletas? Si no lo sabían, yo lo dije. Les dije que yo estaba allí en virtud del trabajo de otra persona. Mi única contribución fue mi propia confesión.
Nosotros diremos lo mismo por toda la eternidad.

viernes, 3 de diciembre de 2010

UNA CONMOVEDORA HISTORIA

EL HIJO

Un  hombre rico y su hijo tenían gran pasión por el arte. Tenían de todo en su colección; desde Picasso hasta Rafael. Muy a menudo, se sentaban juntos a admirar las grandes obras de arte, desgraciadamente, el hijo fue a la guerra. Fue muy valiente y murió en la batalla mientras rescataba a  otro soldado.
El padre recibió la noticia y sufrió profundamente la muerte de su único hijo.
Un mes mas tarde, justo antes de la Navidad, alguien tocó a la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos dijo al padre: Señor, usted no me conoce, pero yo soy el  soldado por quien su hijo dio la vida. Él salvó muchas vidas ese día, me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho,  muriendo así instantáneamente.
Él hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte. El muchacho extendió los brazos para entregar el paquete: "Yo sé que esto no es mucho.Yo no soy un gran artista, pero creo  que a su  hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto."
El  padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo, pintado por el joven soldado.

Él contempló con profunda admiración la manera en que el soldado había capturado la personalidad de su hijo en la pintura. El padre estaba tan atraído por la expresión de los ojos de su  hijo que los suyos propios se arrasaron de lágrimas. Le  agradeció al joven soldado y ofreció pagarle por el cuadro. "Oh no, Señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mi. Es un regalo."

El padre colgó el retrato arriba de la repisa de su  chimenea. Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería. El hombre murió unos meses mas tarde y se anunció una subasta con todas las pinturas que poseía.

Mucha gente importante e influyente acudió con grandes expectativas de hacerse con un  famoso cuadro de la colección. Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo.
El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta. "Empezaremos los remates con este retrato del hijo, quien ofrece por este retrato?"

Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación grito:
"Queremos  ver las pinturas famosas, Olvídese de esa".
Sin embargo el subastador  persistió:
"¿Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿$100.00?  ¿$200.00?"

Otra voz grito con enojo: "No venimos por  esa pintura,  Venimos por los Van Goghs, los Rembrandts. Vamos a las ofertas de  verdad"

Pero aun asi el subastador continuaba su labor: "El Hijo, El  Hijo, ¿Quién se lleva El hijo?"

Finalmente una voz se oyó desde atrás, el viejo jardinero del padre y del hijo. Siendo un hombre muy  pobre, era lo único que podía ofrecer.
"Tenemos $10 ¿Quién da $20?",  grito el subastador."
La multitud se estaba enojando mucho. No querían la pintura de "El Hijo". Querían las que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones.
El subastador golpeo por fin el mazo: "Va una, van dos, VENDIDA por $10"
"Empecemos con la colección!", gritó uno.

El subastador soltó  su mazo y dijo: "Lo siento mucho, damas y caballeros, pero la subasta llego a su final"
"Pero, y las pinturas?", dijeron los interesados
"Lo siento" Contesto el subastador "Cuando me  llamaron para conducir esta subasta, se me dijo de un secreto estipulado en  el testamento del dueño."

Yo no tenia permitido revelar esta estipulación  hasta este preciso momento. Solamente la pintura de "EL HIJO" seria subastada. Aquel que la aceptara heredaría absolutamente todas las  posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. El  hombre que acepto quedarse con "EL HIJO" se queda con TODO".

REFLEXION:  Dios nos ha entregado a su Hijo, quien murió en una cruz hace  2.000 años.  Así como el subastador, su mensaje hoy es:

"EL HIJO, EL HIJO, ¿QUIÉN SE LLEVA EL HIJO?" Quien ama al Hijo lo tiene  todo.

Mateo 6:33 "Buscad primero su  Reino y su justicia, y todas esas cosas, se  os darán por  añadidura."